

I
Hielo,
miedo fósil.
Estalactita que derrama
el alto vacío de mi nombre.
Mi nombre:
toque de queda
en la boca del silencio.
Bestia que esnifa
con rabia mis dientes rotos.
II
Dios:
que entre una bocanada
de tu evangelio en mis pulmones.
Inhalemos piedra filosofal,
clonazepam de 2 mg,
jeringas, MDMA,
cocaína y cristal.
Padre nuestro
que estás en los suelos:
el Gólgota espera,
furioso de sed.
III
No me miras pero miras
la pantalla mientras me ahogo
en el silencio de la mesa.
Son las seis y sigues sin mirarme.
Ley del hielo: te entregas
a un tiempo en el que no caben
mis dedos, mi lengua.
Me tiro a la basura
en esta esquina.
Son las siete y una bomba
ha matado a todos los hombres
al otro lado del mundo,
lees en el teléfono que lamen tus ojos
como un perro la sangre del suelo.
Te indignas en el continuo digital.
Me rapto.
Me aparto.
Me callo.
Son las diez y eres
un pájaro eléctrico que comparte
las imágenes de una vida ordenada.
Todo te gusta: nuevo flash a tu rostro
en el abismo del sofá.
Un rayo parte la otra mitad del mundo
y ya no puedes leer el día
porque caemos alterados por la nada.
Me miras.
Rezo.
Lloro.
Caigo.
IV
“Quemándome en mi frío,
te espero en Lisergia”.
Lisergia, ciudad caleidoscopio,
que tus ángeles me reciban
como a un sonámbulo hermoso
que mira por primera vez.
Manos de gigante,
rostro deslumbrado,
encuentro con las flores
de tu nombre en la pared.
Lisergia, déjame pasar como pasé
para llegar a mi cuerpo;
dame la antorcha finita de la luz,
gota amurallada en medio de los soles
de esta tarde que cae,
líquida, en tu jardín.
Lisergia, aleja de mí a los necios de razón,
pide a tus sacerdotes que oficien
mientras mis pasos reconocen
la geografía delirante de tus palacios,
tundra en que ofreces el loop
que recorrió Alicia para encontrar
la sonrisa del gato.
Que tus habitantes guarden
un minuto de silencio
pues te recorre el más amoroso
de los exiliados.
Lisergia: si nace mi espada vanidosa
en el centro de tu plaza,
no me abandones
a la suerte del lagarto.
No me rompas las costillas
ni me dejes tirado
como a esos hijos del tiner
que habitan el ojo del perro:
lago en el que se hunden
los hombres,
el mundo entero.
V
Hielo: río portátil.
En la orilla de tu cauce,
de tu nombre,
un ángel me dicta
la posibilidad del mar.
Estoy a punto de caer
como fruto
en una grieta
clara y luminosa.
El hielo sabe esperarme.
Las hormigas nacen en mis manos,
soy el que se aferra
al cubo que flota su alcohol,
un oso en el vodka polar.
El hielo sabe esperarme.
¿Tú?
Eres teléfono puro:
arrancas el suéter,
dibujas la puerta,
lees la pantalla.
El mundo continúa destruyéndose,
debes volver.
Lleno mis fosas de ti
y el gran pez negro
nace de mi boca anfeta
para decirme que no.
Ciego, tripulo la fiebre
carbónica del invierno.
¿Y tú?
Ya no estás.
Eras todo lo importante:
una tarde bajo nuestra ceiba,
otro láser en la ciudad.
VI
A quienes mordimos el polvo
y jugamos al cíclope
en el espejo de picar.
Al niño que yace
sobre la plancha fría
isquémico y vacío,
libre de su monstruo polar.
A los que se van
en la noche que no eligieron;
ladrones, transexuales y sicarios,
a los enfermos:
Mar.
VII
Arráncate el rostro.
Quédate con tus labios.
Aléjate del faro que alumbra
el litoral de la isla que fuiste.
Pierde tu cara.
Viaja la marea del aire
sin mueca ni pasaporte,
sin alguien que te llore de espanto.
Parte en la mañana.
Vete de ti por las vías del tren,
surca los colmillos de los perros,
las ciudades.
Corre hacia tu madre.
Pídele perdón en silencio
a media tarde.
VIII
Ese niño roto
en la fotografía
se aferra a esta pared
como Cristo a su madera.
Cotidiano,
químico, geológico,
duerme en los depósitos
sedimentarios de su corteza.
Pende de un clavo sucio: el mundo.
Es un fósil atrapado
en el iceberg familiar.
Hijo del toro ciego,
de la angustia,
del crack.
Cuelga de un clavo sucio: el mundo.
Ese niño roto
en la fotografía
clava su mirada
en un algoritmo terrible.
Nosotros.
IX
No amanece nunca. Lentamente, busco entre quienes mendigan likes con sonrisas sin prólogo. Ingobernable, me inyecto el teléfono en un Motel sucio y te encuentro en la atmósfera de su mierda. Me quedo suspendido en la era glacial que propones y viajo a Criogenia, ciudad nívea, para dormir en el útero de un tiempo azul. Inauguro el estruendo del vacío en mis huesos. De nuevo el encendedor. La pipa de lata. La piedra. El fuego.
